Los Jatib, los sospechosos de siempre
La Seccional Quinta, en el este de la ciudad de Córdoba,
comprende al gran barrio San Vicente –llamado popularmente “La República”-, y
subdivisiones como Müller, Maldonado, Acosta, Miralta y Altamira, hasta su
frontera con Colonia Lola, rebautizada como “Colombia Lola”, por el avance de
bandas narcos.
Históricamente, los delincuentes utilizaron el cementerio
municipal San Vicente, un predio de 50 hectáreas de
superficie que alberga a 20 mil cadáveres; como aguantadero para esconder
botines robados, armas, cargamentos de drogas y… cadáveres, como el de Facundo
Rivera Alegre, conocido como “El Rubio del Pasaje”, un joven asesinado y
desaparecido desde febrero de 2012 cuando fue a comprar droga.
En esa marea delictiva, en los ‘90 aparece en escena el Clan
Jatib, liderado por hombres de ese apellido, donde confluyen mujeres y otros
miembros que se suman a la familia, y debido al grado de violencia demostrado a
la hora de delinquir, se convierte en los grupos de choque de bandas de
narcotraficantes como las de Jorge “El Gallo” Altamira, Ramona “La Gorda Kika”
Reyna –en los ’90 integró la Conexión Holanda, una banda de
narcotraficantes que operaba en Europa-; “Los Colela” Rearte; o René “El
Chancho” Sosa.
Durante los 17 años de gobiernos de José de la Sota y Juan
Schiaretti, el narcotráfico creció exponencialmente y Córdoba se transformó en
provincia de tránsito de drogas, en una productora de cocaína. Por caso, una de
las jefas de la banda de “Los Colela” fue puntera del PJ, ingresó a trabajar en
la Municipalidad de Córdoba hace casi treinta años, gracias a la gestión de
Roberto Matrángelo, el fallecido chofer y posterior concejal de De la Sota. En
la actualidad, esta mujer tiene una estrecha relación con el cuartetero
delasotista Damián Córdoba.
Mientras que “El Chancho” Sosa fue criado por la ex
legisladora y funcionaria delasotista Liliana Junco.
Bajo el amparo policial, los Jatib, una banda nacida en
Villa Inés o Villa Corea –en sus inicios los llamaban “los coreanos”- entienden
que pueden generar muchos más ingresos si en vez de ser cobradores de deudas de
narcos, se convierten en sus propios patrones. Y así, comienzan con una nueva
modalidad, los narcosecuestros: capturan a miembros de los escalones más bajos
de las bandas y exigen como rescate dinero, drogas o precursores químicos para
elaborar cocaína. Los casos no se denuncian, pero en el mundo narco se expande
la noticia. Y el poder de los Jatib crece a fuerza de violencia.
En mayo del año pasado, en un fallo por un ajuste de cuentas
entre bandas enemigas, la jueza de la Cámara 3ª del Crimen, María de los
Ángeles Palacios, advirtió que “narcos, dealers y consumidores integran esta
red, con una soberanía, poder y economía propios, que le dan una característica
propia de una parasociedad”. Y destacó que “el fenómeno que se ve avanzado en
algunos países como México, donde el narco reemplaza al Estado en vastas zonas;
se percibe también en Argentina. Es una característica propia del crimen
organizado porque se trata de organizaciones que trascienden al país porque
cuenta con características propias en cualquier parte del mundo”.
La jueza cordobesa explicó que “en aquellos barrios o zonas
donde el narcotráfico manda y se establece como un Estado paralelo, la gente
común vive aterrorizada. El drama social del narcotráfico repercute
estructuralmente en nuestra sociedad, sobre todo en los lugares más
vulnerables”.
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En 2008, cuando los jefes narcos “El Gallo” Altamira y “El
Chancho” Sosa fueron detenidos y señalados por la Justicia federal como los
capos narcos más importantes de la provincia mediterránea, Ramón Jatib le
ordenó a su banda expandirse a fuerza de balas.
En mayo de ese año, el salteño Daniel “Boliviano” López, un
hombre que integra la estructura de Sosa
fue interceptado en el ingreso al cementerio San Vicente: desde un
Renault 12 color rojo, tres hombres balearon a la víctima, quien sólo recibió
dos disparos y sobrevivió al ataque. La sospecha principal fue que el líder del
ataque fue Jesús Nazareno Jatib.
Siete meses después, en diciembre del mismo año, fueron
detenidos en la villa Los Tinglados Aldo Eduardo Jatib y Franco Daniel Alaniz:
en el auto en el que se conducían tenían una escopeta calibre 16, dos
cartuchos, un pasamontañas, una riñonera, un teléfono celular, dos precintos
que se utilizan a modo de esposas; soga y cinta de embalar. Tres días después,
fue detenido Diego Martín Jatib, acusado de robo calificado y privación
ilegítima de la libertad; y demoraron a Vicente Jatib.
Y al año siguiente, en diciembre de 2009, Jesús Jatib fue
detenido, acusado asesinar tres meses antes a Hugo Moyano en barrio Müller.
Hace ocho años, la Policía de Córdoba negaba oficialmente la existencia de una
banda de narcosecuestros llamada los coreanos o los Jatib.
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Hace doce años, a mediados de 2004, Vincenzo Alfieri, un ex
obrero de Fiat, que había quedado en la calle en plena crisis de 2001, había
cobrado parte de la venta de una casa de sus padres. Era poca plata, porque del
monto total de la herencia se dividió en el pago de la sucesión y las partes
correspondientes a los hermanos.
Sin embargo, era un botín apetecible para una banda de
lúmpenes que se dedicaba a robar y a dar los primeros pasos como vendedores de
droga en barrio Müller, en el corazón de la zona roja del narco de la ciudad de
Córdoba; donde el crimen organizado creció exponencialmente en las dos últimas
décadas, al amparo de la Policía provincial.
Cerca de la medianoche del domingo 19 de septiembre de ese
año, los asesinos de Laura Teresa Pérez (56) –esposa de Vincenzo-, su hijo
Carlos (26); y Carmen Beatriz Barrionuevo (45) –madrina de Carlos-; llegaron en
un Renault Megane hasta la casa de los Alfieri en Castañares 2.873 de barrio
Jardín del Pilar, tras salir de barrio Múller, cruzando por los barrios Villa
Argentina y Colón.
El Renault Megane había sido robado seis días antes a una
bioquímica de barrio San Vicente, una barriada de clase media baja del este de
la Capital, que contiene a Müller. Al llegar a Castañares al 2.800, Hernán
Molina, Damián Cejas y Alessandro “El Holandés” Leiva –otro cómplice, que no
fue reconocido en rueda de presos, los esperaba en el auto-; bajaron y
caminaron hasta la casa de los Alfieri, quienes habían abierto una pizzería en
el garage.
Cuando los ladrones de barrio Múller entraron al
garage-pizzería, el matrimonio Alfieri y la otra mujer, estaban atendiendo a un
cliente: “¡Esto es un asalto, la guita y nos vamos!”, gritó uno mientras
desenfundaba su pistola 9
milímetros . Lo apoyaba otro desarmado y otro armado con
un revólver .38 corto.
Las víctimas les dieron los pocos pesos que tenían ese
domingo, pero los ladrones, que contaban con el dato aportado por una
entregadora –conocida como G.O. y ligada al clan Jatib-, querían la plata de la
venta de la casa. Para lograr su objetivo golpearon duro a la dueña de casa.
Una hija de Carmen Barrionuevo, de menos de 10 años de edad, se escondió bajo
el mostrador.
El hijo más grande de la familia, Carlos Alfieri se
encontraba en los fondos de la casa, y cuando escuchó los gritos de los
ladrones salió en defensa de sus familiares armado de un revólver calibre .32,
generándose un cruento tiroteo con más de diez disparos. Vincenzo quedó mal
herido, con dos balazos. Su sobrina, que se escondió bajo el mostrador quedó
ilesa. Carlos, su mamá Laura y su madrina Carmen fueron ejecutados.
Días después del asalto mortal, el fiscal Pedro Caballero a
cargo de la investigación confirmó cómo se desencadenó la tragedia: “Los
delincuentes al ver al chico que salía armado le dispararon y el disparo
ingresó por el abdomen, le salió por los riñones, atravesándole la arteria
aorta, herida que le provocó la muerte.
Pero además, uno de los ladrones volvió tras sus pasos y le
pegó un tiro en la garganta a Laura Pérez, matándola en el acto. El otro
cómplice, en tanto, le apuntó con su arma a Carmen Barrionuevo, quien estaba
sentada, y le pegó dos balazos por atrás y de arriba para abajo, uno en el
cuello y otro en la espalda.
Semanas después de la tragedia, G.O. le informó a la Policía
de Córdoba quienes eran los asesinos de la familia Alfieri. La versión oficial
que dio, fue que ella estaba en su casa de barrio Müller en una reunión
familiar, cuando en un descuido contó sobre la venta de la vivienda de las
víctimas. En esa ocasión, en la casa de G.O. estarían de visita los
delincuentes que posteriormente perpetraron la masacre de barrio Jardín del
Pilar. Nunca admitió que fue ella la entregadora del asalto que terminó en
tragedia; y se convirtió en informante policial.
Dos años después, en octubre de 2006, la Cámara 3ª del
Crimen dictó sentencia contra cuatro acusados del triple crimen. Hernán Molina
y Damián Cejas fueron condenados a reclusión perpetua; “El Holandés” Leiva
–nieto de “La Gorda Kika”-, recibió la pena de 12 años de prisión; y Mauricio
Ortiz fue absuelto. P.S., otro sospechoso que no fue señalado por las víctimas
nunca fue investigado.
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La tarde del 18 de noviembre de 2013, en el patio del
complejo carcelario de Bouwer, al sur de la ciudad de Córdoba, un preso le
preguntó a otro: “Vos que sos de Ciudad Evita, ¿conocés a “La Gringa”?. El
recluso respondió que en este barrio-ciudad había varias mujeres apodadas así:
“No sé, hay varias Gringas en el barrio”.
Ciudad Evita es un barrio de casas pequeñas y bajas
instalado en las afueras de Córdoba Capital, donde fue reubicada una villa de
emergencia y el entonces gobernador De la Sota bautizó pomposamente como
barrio-ciudad, cuando en realidad es un ghetto alejado de los barrios de clase
media.
“Esta noche le vamos a reventar la casa; tiene mucha guita y
merca”, le confesó uno de los presos al otro. Este último, inmediatamente llamó
a su hermana y le advirtió del ataque. La mujer se refugió en la casa de otro
hermano, en el mismo barrio. Los asaltantes, entonces, secuestraron a la hija
de la narcotraficante Lidia Rosa “La Gringa” Mena, que vive a una cuadra y
media. Exigieron 20 kilos de cocaína o $ 200 mil de rescate.
El fiscal federal Gustavo Vidal Lascano y el jefe de la
División de Delitos Complejos de la Policía cordobesa, comisario mayor Ariel
Avila, dirigieron la investigación. La chica fue liberada 24 horas después,
tras el pago de apenas $ 7.500.
A las pocas semanas, “La Gringa” Mena, identificó en un
reconocimiento de voces al negociador del rescate. Le había vendido un
automóvil Renault 11 apenas tres semanas antes del secuestro de su hija, por
eso los delincuentes estaban seguros que tenía plata.
En septiembre de 2014 fueron detenidos cuatro sospechosos:
Julio César Borisonic y tres integrantes del Clan Jatib: Aldo Eduardo “Nano”
Jatib; Diego Martín Jatib y Héctor Vicente “Quico” Jatib. Esperan ir a juicio.
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En noviembre de 2010, Carlos Dante “El Colorado” Leal (56)
un ladrón y reducidor de botines robados devenido en dealer, había denunciado a
los jefes de la División Drogas Peligrosas de inventar un procedimiento y
plantarle droga. Esa vez, un oficial de Drogas Peligrosas le exigió $ 8.000
para “arreglar” el procedimiento. Después esa suma subió a $ 15 mil. Ante la
imposibilidad de reunir toda la plata, una hermana de Leal, les hizo dos
entregas a los policías corruptos de $ 8.000 y $ 3.000. Los policías le dijeron
que con esa plata, ya bastaba.
Esa causa fue conocida como narcoescándalo y terminó con la
clausura de la División Drogas Peligrosas de la Policía cordobesa y varios
policías condenados a penas menores.
Poco más de tres años después, en marzo de 2014, “El
Colorado” Leal estaba en su casa de Matheu y Pedernera en barrio Múller, a
pocas cuadras del cementerio San Vicente, cuando un móvil policial detuvo a su
sobrino. El muchacho estaba en la vereda de la casa de su tío y fue detenido
por merodeo. Minutos después, mientras era trasladado en el patrullero, uno de
los agentes se comunica con una persona y le dice: “Tenemos el pajrito blanco,
está listo el pajarito rojo”.
“Caro, quieren 30 lucas. Fijate si la podés juntar”, le dijo
por teléfono Carlos Dante Leal a su ex mujer, Carolina Vergara; antes de que le
sacaran el aparato y uno de sus secuestradores ratificara la exigencia:
“Queremos $ 30 mil, juntá toda la plata, ya te vamos a volver a llamar”.
Una hora antes, “el Dante” o “el Colorado”, como lo conocían
a Leal; dos hombres vestidos de civil con chalecos policiales lo secuestraron
simulando una detención. Ni bien “allanaron” la casa, los dos secuestradores
que se identificaron como miembros de la
División Drogas Peligrosas les exigieron a los gritos a Leal: “¿Dónde está la
guita y la droga?”. En la vivienda de barrio Múller, además de la víctima
estaba su ex Carolina Vergara y P.S., el delincuente que nunca fue investigado
en la masacre de Jardín del Pilar.
Después de dar vuelta la casa, los delincuentes le
advirtieron: “Viejo, salí tranquilo y no hagas quilombo”, y cargaron al
“Colorado” en el Peugeot 307 gris de Carolina y huyeron.
Ese mismo martes en que ocurrió el crimen de Leal, pero al
mediodía, a pocas cuadras de allí, hubo otro narcosecuestro por el que se
habrían pagado $ 20 mil de rescate. “No tenemos denuncia de ese hecho, como
sucede habitualmente. Pero tenemos información que actuó un Fiat Duna rojo”,
confió una fuente policial. En Müller todos hablan que uno de los Jatib,
Fabián, se movilizaba en esa época en un automóvil de esas características.
Pocos días antes de morir, Leal le había contado a Fabian
Jatib, para quien trabajaba, que un automóvil Toyota Corolla claro había
llegado a su casa y un policía de Drogas Peligrosas le exigió: “Venimos a
buscar la guita”.
Cinco horas después del secuestro, el sereno de un obrador
vio movimientos extraños en la zona de la Bajada de Piedra en barrio Bajo
Pueyrredón; a unas veinte cuadras de la casa de Leal. En el lugar estaba el
cadáver de un hombre pelirrojo, maniatado con alambres; con un balazo calibre
11.25 en cada muslo, muy golpeado, vestido con la camiseta de Chacarita, una
bermuda negra y sólo una zapatilla. Una de las balas le perforó la arteria
femoral y murió desangrado.
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“¡Nosotros no hicimos nada, no matamos a nadie, no tenemos
nada que ver!”, “¡nos arruinaron la vida!”, gritó Kevin Lusi (20), al escuchar
la sentencia que condenaba a su hermano Pablo Reartes (29) a 12 años de prisión
por el asesinato y desaparición del cadáver de Facundo Rivera Alegre (20) –le
decían “El Rubio del Pasaje”-, la madrugada del 19 de febrero de 2012. Fue la
mañana del 28 de agosto del año pasado.
Lusi no fue condenado y está recluido en un centro para
menores delincuentes; porque cuando asesinó a la víctima de un balazo en la
cabeza, era menor.
Con la condena de Reartes, la acreditación de la
participación activa de Lusi y la absolución del ex empleado municipal Aldo
Monje (36) –estaba acusado de cremar el cuerpo de “El Rubio del Pasaje”- los
jueces Susana Frascaroli, Graciela Bordoy y Daniel Ferrer Vieyra de la Cámara
11ª del Crimen, pusieron punto final a uno de los casos más emblemáticos del
crimen cordobés.
Es que ni bien desapareció su hijo, Viviana Alegre acusó a
la Policía de hostigarlo y perseguirlo. Numerosos testigos ubicaron a Rivera
Alegre, como una víctima del narcotráfico. Y quedó acreditado que usualmente,
el cuartetero Damián Córdoba, a través de su acordeonista Luciano Calderón
utilizaba a “El Rubio” como cadete para comprar cocaína para la banda en barrio
Maldonado, puntualmente en la casa de “La Colela” Reartes, una puntera
delasotista, quien pese a ser señalada como narcotraficante nunca fue detenida.
“La Colela” es madre de los hermanos condenados Pablo
Reartes y Kevin Lusi. Monje fue absuelto por beneficio de la duda.
“Tenemos condenados, pero mi hijo sigue desaparecido. Exijo
que sigan buscando a Facundo, acá la Policía actuó por acción u omisión”,
reclamó la madre de la víctima.
¿Cómo llegaron los investigadores hasta los asesinos de
Facundo Rivera? Otra vez, aparecen en escena elementos marginales de la familia
Jatib. Presuntamente, este clan de narcosecuestradores le vendía protección a
“los Colela”, por eso sabían lo que había ocurrido la noche del asesinato y
posterior desaparición del cadáver de “el Rubio del Pasaje”.
Pero la versión oficial que figura en el expediente judicial
es que dos mujeres integrantes del clan Jatib; G.O. -la misma que fue
entregadora y delatora en el triple crimen de Jardín del Pilar- y “La Carola”
estaban comprando drogas en la vivienda de los condenados y escucharon cuando
Facundo Rivera era ejecutado.
Nuevamente los Jatib juegan a ser el coloso de Rodas, en su
doble rol de delincuentes e informantes de la Policía.
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