Monday, January 09, 2017

Los Jatib, los sospechosos de siempre

La Seccional Quinta, en el este de la ciudad de Córdoba, comprende al gran barrio San Vicente –llamado popularmente “La República”-, y subdivisiones como Müller, Maldonado, Acosta, Miralta y Altamira, hasta su frontera con Colonia Lola, rebautizada como “Colombia Lola”, por el avance de bandas narcos.
Históricamente, los delincuentes utilizaron el cementerio municipal San Vicente, un predio de 50 hectáreas de superficie que alberga a 20 mil cadáveres; como aguantadero para esconder botines robados, armas, cargamentos de drogas y… cadáveres, como el de Facundo Rivera Alegre, conocido como “El Rubio del Pasaje”, un joven asesinado y desaparecido desde febrero de 2012 cuando fue a comprar droga.
En esa marea delictiva, en los ‘90 aparece en escena el Clan Jatib, liderado por hombres de ese apellido, donde confluyen mujeres y otros miembros que se suman a la familia, y debido al grado de violencia demostrado a la hora de delinquir, se convierte en los grupos de choque de bandas de narcotraficantes como las de Jorge “El Gallo” Altamira, Ramona “La Gorda Kika” Reyna –en los ’90 integró la Conexión Holanda, una banda de narcotraficantes que operaba en Europa-; “Los Colela” Rearte; o René “El Chancho” Sosa.
Durante los 17 años de gobiernos de José de la Sota y Juan Schiaretti, el narcotráfico creció exponencialmente y Córdoba se transformó en provincia de tránsito de drogas, en una productora de cocaína. Por caso, una de las jefas de la banda de “Los Colela” fue puntera del PJ, ingresó a trabajar en la Municipalidad de Córdoba hace casi treinta años, gracias a la gestión de Roberto Matrángelo, el fallecido chofer y posterior concejal de De la Sota. En la actualidad, esta mujer tiene una estrecha relación con el cuartetero delasotista Damián Córdoba.
Mientras que “El Chancho” Sosa fue criado por la ex legisladora y funcionaria delasotista Liliana Junco.
Bajo el amparo policial, los Jatib, una banda nacida en Villa Inés o Villa Corea –en sus inicios los llamaban “los coreanos”- entienden que pueden generar muchos más ingresos si en vez de ser cobradores de deudas de narcos, se convierten en sus propios patrones. Y así, comienzan con una nueva modalidad, los narcosecuestros: capturan a miembros de los escalones más bajos de las bandas y exigen como rescate dinero, drogas o precursores químicos para elaborar cocaína. Los casos no se denuncian, pero en el mundo narco se expande la noticia. Y el poder de los Jatib crece a fuerza de violencia.
En mayo del año pasado, en un fallo por un ajuste de cuentas entre bandas enemigas, la jueza de la Cámara 3ª del Crimen, María de los Ángeles Palacios, advirtió que “narcos, dealers y consumidores integran esta red, con una soberanía, poder y economía propios, que le dan una característica propia de una parasociedad”. Y destacó que “el fenómeno que se ve avanzado en algunos países como México, donde el narco reemplaza al Estado en vastas zonas; se percibe también en Argentina. Es una característica propia del crimen organizado porque se trata de organizaciones que trascienden al país porque cuenta con características propias en cualquier parte del mundo”.
La jueza cordobesa explicó que “en aquellos barrios o zonas donde el narcotráfico manda y se establece como un Estado paralelo, la gente común vive aterrorizada. El drama social del narcotráfico repercute estructuralmente en nuestra sociedad, sobre todo en los lugares más vulnerables”.


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En 2008, cuando los jefes narcos “El Gallo” Altamira y “El Chancho” Sosa fueron detenidos y señalados por la Justicia federal como los capos narcos más importantes de la provincia mediterránea, Ramón Jatib le ordenó a su banda expandirse a fuerza de balas.
En mayo de ese año, el salteño Daniel “Boliviano” López, un hombre que integra la estructura de Sosa  fue interceptado en el ingreso al cementerio San Vicente: desde un Renault 12 color rojo, tres hombres balearon a la víctima, quien sólo recibió dos disparos y sobrevivió al ataque. La sospecha principal fue que el líder del ataque fue Jesús Nazareno Jatib.
Siete meses después, en diciembre del mismo año, fueron detenidos en la villa Los Tinglados Aldo Eduardo Jatib y Franco Daniel Alaniz: en el auto en el que se conducían tenían una escopeta calibre 16, dos cartuchos, un pasamontañas, una riñonera, un teléfono celular, dos precintos que se utilizan a modo de esposas; soga y cinta de embalar. Tres días después, fue detenido Diego Martín Jatib, acusado de robo calificado y privación ilegítima de la libertad; y demoraron a Vicente Jatib.
Y al año siguiente, en diciembre de 2009, Jesús Jatib fue detenido, acusado asesinar tres meses antes a Hugo Moyano en barrio Müller. Hace ocho años, la Policía de Córdoba negaba oficialmente la existencia de una banda de narcosecuestros llamada los coreanos o los Jatib.


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Hace doce años, a mediados de 2004, Vincenzo Alfieri, un ex obrero de Fiat, que había quedado en la calle en plena crisis de 2001, había cobrado parte de la venta de una casa de sus padres. Era poca plata, porque del monto total de la herencia se dividió en el pago de la sucesión y las partes correspondientes a los hermanos.
Sin embargo, era un botín apetecible para una banda de lúmpenes que se dedicaba a robar y a dar los primeros pasos como vendedores de droga en barrio Müller, en el corazón de la zona roja del narco de la ciudad de Córdoba; donde el crimen organizado creció exponencialmente en las dos últimas décadas, al amparo de la Policía provincial.
Cerca de la medianoche del domingo 19 de septiembre de ese año, los asesinos de Laura Teresa Pérez (56) –esposa de Vincenzo-, su hijo Carlos (26); y Carmen Beatriz Barrionuevo (45) –madrina de Carlos-; llegaron en un Renault Megane hasta la casa de los Alfieri en Castañares 2.873 de barrio Jardín del Pilar, tras salir de barrio Múller, cruzando por los barrios Villa Argentina y Colón.
El Renault Megane había sido robado seis días antes a una bioquímica de barrio San Vicente, una barriada de clase media baja del este de la Capital, que contiene a Müller. Al llegar a Castañares al 2.800, Hernán Molina, Damián Cejas y Alessandro “El Holandés” Leiva –otro cómplice, que no fue reconocido en rueda de presos, los esperaba en el auto-; bajaron y caminaron hasta la casa de los Alfieri, quienes habían abierto una pizzería en el garage.
Cuando los ladrones de barrio Múller entraron al garage-pizzería, el matrimonio Alfieri y la otra mujer, estaban atendiendo a un cliente: “¡Esto es un asalto, la guita y nos vamos!”, gritó uno mientras desenfundaba su pistola 9 milímetros. Lo apoyaba otro desarmado y otro armado con un revólver .38 corto.
Las víctimas les dieron los pocos pesos que tenían ese domingo, pero los ladrones, que contaban con el dato aportado por una entregadora –conocida como G.O. y ligada al clan Jatib-, querían la plata de la venta de la casa. Para lograr su objetivo golpearon duro a la dueña de casa. Una hija de Carmen Barrionuevo, de menos de 10 años de edad, se escondió bajo el mostrador.
El hijo más grande de la familia, Carlos Alfieri se encontraba en los fondos de la casa, y cuando escuchó los gritos de los ladrones salió en defensa de sus familiares armado de un revólver calibre .32, generándose un cruento tiroteo con más de diez disparos. Vincenzo quedó mal herido, con dos balazos. Su sobrina, que se escondió bajo el mostrador quedó ilesa. Carlos, su mamá Laura y su madrina Carmen fueron ejecutados.
Días después del asalto mortal, el fiscal Pedro Caballero a cargo de la investigación confirmó cómo se desencadenó la tragedia: “Los delincuentes al ver al chico que salía armado le dispararon y el disparo ingresó por el abdomen, le salió por los riñones, atravesándole la arteria aorta, herida que le provocó la muerte.
Pero además, uno de los ladrones volvió tras sus pasos y le pegó un tiro en la garganta a Laura Pérez, matándola en el acto. El otro cómplice, en tanto, le apuntó con su arma a Carmen Barrionuevo, quien estaba sentada, y le pegó dos balazos por atrás y de arriba para abajo, uno en el cuello y otro en la espalda.
Semanas después de la tragedia, G.O. le informó a la Policía de Córdoba quienes eran los asesinos de la familia Alfieri. La versión oficial que dio, fue que ella estaba en su casa de barrio Müller en una reunión familiar, cuando en un descuido contó sobre la venta de la vivienda de las víctimas. En esa ocasión, en la casa de G.O. estarían de visita los delincuentes que posteriormente perpetraron la masacre de barrio Jardín del Pilar. Nunca admitió que fue ella la entregadora del asalto que terminó en tragedia; y se convirtió en informante policial.
Dos años después, en octubre de 2006, la Cámara 3ª del Crimen dictó sentencia contra cuatro acusados del triple crimen. Hernán Molina y Damián Cejas fueron condenados a reclusión perpetua; “El Holandés” Leiva –nieto de “La Gorda Kika”-, recibió la pena de 12 años de prisión; y Mauricio Ortiz fue absuelto. P.S., otro sospechoso que no fue señalado por las víctimas nunca fue investigado.


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La tarde del 18 de noviembre de 2013, en el patio del complejo carcelario de Bouwer, al sur de la ciudad de Córdoba, un preso le preguntó a otro: “Vos que sos de Ciudad Evita, ¿conocés a “La Gringa”?. El recluso respondió que en este barrio-ciudad había varias mujeres apodadas así: “No sé, hay varias Gringas en el barrio”.
Ciudad Evita es un barrio de casas pequeñas y bajas instalado en las afueras de Córdoba Capital, donde fue reubicada una villa de emergencia y el entonces gobernador De la Sota bautizó pomposamente como barrio-ciudad, cuando en realidad es un ghetto alejado de los barrios de clase media.
“Esta noche le vamos a reventar la casa; tiene mucha guita y merca”, le confesó uno de los presos al otro. Este último, inmediatamente llamó a su hermana y le advirtió del ataque. La mujer se refugió en la casa de otro hermano, en el mismo barrio. Los asaltantes, entonces, secuestraron a la hija de la narcotraficante Lidia Rosa “La Gringa” Mena, que vive a una cuadra y media. Exigieron 20 kilos de cocaína o $ 200 mil de rescate.
El fiscal federal Gustavo Vidal Lascano y el jefe de la División de Delitos Complejos de la Policía cordobesa, comisario mayor Ariel Avila, dirigieron la investigación. La chica fue liberada 24 horas después, tras el pago de apenas $ 7.500.
A las pocas semanas, “La Gringa” Mena, identificó en un reconocimiento de voces al negociador del rescate. Le había vendido un automóvil Renault 11 apenas tres semanas antes del secuestro de su hija, por eso los delincuentes estaban seguros que tenía plata.
En septiembre de 2014 fueron detenidos cuatro sospechosos: Julio César Borisonic y tres integrantes del Clan Jatib: Aldo Eduardo “Nano” Jatib; Diego Martín Jatib y Héctor Vicente “Quico” Jatib. Esperan ir a juicio.


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En noviembre de 2010, Carlos Dante “El Colorado” Leal (56) un ladrón y reducidor de botines robados devenido en dealer, había denunciado a los jefes de la División Drogas Peligrosas de inventar un procedimiento y plantarle droga. Esa vez, un oficial de Drogas Peligrosas le exigió $ 8.000 para “arreglar” el procedimiento. Después esa suma subió a $ 15 mil. Ante la imposibilidad de reunir toda la plata, una hermana de Leal, les hizo dos entregas a los policías corruptos de $ 8.000 y $ 3.000. Los policías le dijeron que con esa plata, ya bastaba.
Esa causa fue conocida como narcoescándalo y terminó con la clausura de la División Drogas Peligrosas de la Policía cordobesa y varios policías condenados a penas menores.
Poco más de tres años después, en marzo de 2014, “El Colorado” Leal estaba en su casa de Matheu y Pedernera en barrio Múller, a pocas cuadras del cementerio San Vicente, cuando un móvil policial detuvo a su sobrino. El muchacho estaba en la vereda de la casa de su tío y fue detenido por merodeo. Minutos después, mientras era trasladado en el patrullero, uno de los agentes se comunica con una persona y le dice: “Tenemos el pajrito blanco, está listo el pajarito rojo”.
“Caro, quieren 30 lucas. Fijate si la podés juntar”, le dijo por teléfono Carlos Dante Leal a su ex mujer, Carolina Vergara; antes de que le sacaran el aparato y uno de sus secuestradores ratificara la exigencia: “Queremos $ 30 mil, juntá toda la plata, ya te vamos a volver a llamar”.
Una hora antes, “el Dante” o “el Colorado”, como lo conocían a Leal; dos hombres vestidos de civil con chalecos policiales lo secuestraron simulando una detención. Ni bien “allanaron” la casa, los dos secuestradores que se identificaron como miembros  de la División Drogas Peligrosas les exigieron a los gritos a Leal: “¿Dónde está la guita y la droga?”. En la vivienda de barrio Múller, además de la víctima estaba su ex Carolina Vergara y P.S., el delincuente que nunca fue investigado en la masacre de Jardín del Pilar.
Después de dar vuelta la casa, los delincuentes le advirtieron: “Viejo, salí tranquilo y no hagas quilombo”, y cargaron al “Colorado” en el Peugeot 307 gris de Carolina y huyeron.
Ese mismo martes en que ocurrió el crimen de Leal, pero al mediodía, a pocas cuadras de allí, hubo otro narcosecuestro por el que se habrían pagado $ 20 mil de rescate. “No tenemos denuncia de ese hecho, como sucede habitualmente. Pero tenemos información que actuó un Fiat Duna rojo”, confió una fuente policial. En Müller todos hablan que uno de los Jatib, Fabián, se movilizaba en esa época en un automóvil de esas características.
Pocos días antes de morir, Leal le había contado a Fabian Jatib, para quien trabajaba, que un automóvil Toyota Corolla claro había llegado a su casa y un policía de Drogas Peligrosas le exigió: “Venimos a buscar la guita”.
Cinco horas después del secuestro, el sereno de un obrador vio movimientos extraños en la zona de la Bajada de Piedra en barrio Bajo Pueyrredón; a unas veinte cuadras de la casa de Leal. En el lugar estaba el cadáver de un hombre pelirrojo, maniatado con alambres; con un balazo calibre 11.25 en cada muslo, muy golpeado, vestido con la camiseta de Chacarita, una bermuda negra y sólo una zapatilla. Una de las balas le perforó la arteria femoral y murió desangrado.


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“¡Nosotros no hicimos nada, no matamos a nadie, no tenemos nada que ver!”, “¡nos arruinaron la vida!”, gritó Kevin Lusi (20), al escuchar la sentencia que condenaba a su hermano Pablo Reartes (29) a 12 años de prisión por el asesinato y desaparición del cadáver de Facundo Rivera Alegre (20) –le decían “El Rubio del Pasaje”-, la madrugada del 19 de febrero de 2012. Fue la mañana del 28 de agosto del año pasado.
Lusi no fue condenado y está recluido en un centro para menores delincuentes; porque cuando asesinó a la víctima de un balazo en la cabeza, era menor.
Con la condena de Reartes, la acreditación de la participación activa de Lusi y la absolución del ex empleado municipal Aldo Monje (36) –estaba acusado de cremar el cuerpo de “El Rubio del Pasaje”- los jueces Susana Frascaroli, Graciela Bordoy y Daniel Ferrer Vieyra de la Cámara 11ª del Crimen, pusieron punto final a uno de los casos más emblemáticos del crimen cordobés.
Es que ni bien desapareció su hijo, Viviana Alegre acusó a la Policía de hostigarlo y perseguirlo. Numerosos testigos ubicaron a Rivera Alegre, como una víctima del narcotráfico. Y quedó acreditado que usualmente, el cuartetero Damián Córdoba, a través de su acordeonista Luciano Calderón utilizaba a “El Rubio” como cadete para comprar cocaína para la banda en barrio Maldonado, puntualmente en la casa de “La Colela” Reartes, una puntera delasotista, quien pese a ser señalada como narcotraficante nunca fue detenida.
“La Colela” es madre de los hermanos condenados Pablo Reartes y Kevin Lusi. Monje fue absuelto por beneficio de la duda.
“Tenemos condenados, pero mi hijo sigue desaparecido. Exijo que sigan buscando a Facundo, acá la Policía actuó por acción u omisión”, reclamó la madre de la víctima.
¿Cómo llegaron los investigadores hasta los asesinos de Facundo Rivera? Otra vez, aparecen en escena elementos marginales de la familia Jatib. Presuntamente, este clan de narcosecuestradores le vendía protección a “los Colela”, por eso sabían lo que había ocurrido la noche del asesinato y posterior desaparición del cadáver de “el Rubio del Pasaje”.
Pero la versión oficial que figura en el expediente judicial es que dos mujeres integrantes del clan Jatib; G.O. -la misma que fue entregadora y delatora en el triple crimen de Jardín del Pilar- y “La Carola” estaban comprando drogas en la vivienda de los condenados y escucharon cuando Facundo Rivera era ejecutado.
Nuevamente los Jatib juegan a ser el coloso de Rodas, en su doble rol de delincuentes e informantes de la Policía.




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