El padre Oberlin, una nueva víctima del narco
La bala policial que la tarde del jueves 22 de diciembre del año pasado impactó en la cabeza de Lucas Leonel Rudzicz (13), conmocionó a los cordobeses por varias razones:
-La corta edad de la víctima.
-Que hubiera salida de un arma policial.
-Las circunstancias de su muerte: Lucas, armado con un revólver calibre .32 acababa de asaltar junto a un cómplice mayor de edad y también armado, a Mariano Oberlin, cura de la parroquia Crucifixión del Señor de barrios Müller y Maldonado, militante de DDHH y principal denunciante de las
bandas que operan en el corazón de la zona roja del narcotráfico en la ciudad
de Córdoba.
Ese jueves antes de la Navidad, al atardecer, Oberlin fue
sorprendido por dos jóvenes, quienes mientras le apuntaban cos sus revólveres
lo asaltaron por la espalda, robándole el celular y una motoguadaña mientras
cortaba pastizales en un terreno cercano a la parroquia que iba a ser
habilitado como plazoleta para los vecinos. Tras robarle, lo amenazaron: “Ahora
corré”, le dijeron mientras le apuntaban.
Lo que siguió fueron balas que sembraron desolación y
muerte. Algunos vecinos de esta barriada popular contaron a Clickear que sólo escucharon dos
disparos, los que salieron de la pistola de policía que custodia al padre
Oberlin. Otros, dijeron que fueron más, que se trató de un tiroteo.
Amparados por un Estado ausente y una Policía corrompida,
los delincuentes que coparon esta zona de la Capital cordobesa tasaron la vida
del padre Oberlin en sólo $ 5.000 (ver “Lo
que pasó destrozó la vida de un chico, de una familia, de un barrio, de una
parte sufriente de la sociedad”); y tras varias amenazas de muerte a él y a
madres de víctimas de la droga, el párroco de los barrios Müller y Maldonado
aceptó que un policía que lo ayuda en su tarea de devolver a la vida a los
chicos tocados por la muerte, sea su custodio.
Es que el cura de la parroquia Crucifixión del Señor se
niega a que “la Policía” cuide su integridad, porque no confía: “No estoy
dispuesto a hacer acuerdos con un Gobierno que manda a disparar balas de goma
contra laburantes y, peor aún, contra niños por manifestarse
públicamente. ¿Cómo les hablo a los chicos de la libertad de expresión? ¿Cómo
les explico que yo no soy cómplice de eso?”, se queja en público y privado.
Su custodio, el sargento ayudante, Martín Armando Murúa, fue
quien, el jueves a la tarde se tiroteó con los ladrones y asesinó de un balazo
en la cabeza al chico de 13 años, convirtiéndolo en victimario y víctima.
Tras la muerte de Lucas Rudzicz –el martes 27 hubiera
cumplido 14 años-, sus familiares y amigos denunciaron que había sido fusilado
por la Policía en un típico caso de gatillo fácil (ver La llave de la verdad). La víctima vivía con sus padres y sus cinco
hermanos en la vecina villa Los Tinglados, un asentamiento donde la gente
convive a diario y sufre el acoso y la violencia de las bandas armadas y la
ausencia del Estado: “Mi hermanito no era ningún choro. Él iba a jugar al
fútbol con un amigo y los chicos se asustaron al ver al policía y salieron
corriendo, y el policía les tiró”, se quejó Vanesa Rudzicz, hermana de Lucas,
al diario La Voz del Interior. Y
acusó: “Lo mató por la espalda y le pusieron un arma”, a la vez que apuntó que
Oberlin conocía muy bien a su hermano.
Mientras que una vecina de Müller, Marina Jatib, señaló que
Lucas no había robado ni estaba armado: “Yo lo vi cuando agonizaba y no tenía
ningún revólver encima... Ni tenía la motoguadaña. Le tiró desde atrás”.
Paradójicamente, este testimonio, pone un poco de luz a una
operación delictiva montada tras el homicidio de Lucas.
Con los numerosos testigos, la investigación judicial
determinará si Lucas y su cómplice –tiene 25 años y antecedentes penales por
los que ya estuvo preso- quisieron asesinar al cura Oberlin; dejarle en claro
que pese a ser un personaje de altísima exposición pública y contar con
custodia, el narcotráfico puede vulnerar su seguridad y matarlo; o si se trató
simplemente de un asalto a mano armada que terminó mal.
Tras la trágica muerte de este chico de 13 años, sus
familiares contrataron al abogado Carlos Orzaocoa, un reconocido luchador por
los derechos humanos y sociales: “Nosotros tenemos la certeza que el hecho que
desencadenó el fallecimiento de Lucas se produjo por dos disparos que se
hicieron sólo por parte de un sargento ayudante experto en tiro al blanco,
se hicieron contra un blanco móvil que huida en dirección contraria al
policía, el lugar era descampado, la visibilidad era plena. A Lucas lo
mató la Policía”, le dijo Orzaocoa a Clickear.
Y destacó: “Que quede claro, los disparos fueron hacia el
chico que en ese momento no significaba ningún peligro, no hubo enfrentamiento
ni riesgo para el policía, ni para el padre Mariano Oberlin ni a un tercero”
(ver Un típico caso de gatillo fácil).
La aparición de la testigo Marina Jatib, insistiendo en que
Lucas Rudzicz estaba desarmado y denunciando un caso de gatillo fácil, pretende
echar por tierra el trabajo social del párroco de Müller y Maldonado y minar su
credibilidad: “El cura que dice que se mete en el barro para salvar a los pibes
de una muerte segura, mató a uno”, es la versión que se busca instalar para
dividir la barriada (ver Los Jatib, los
sospechosos de siempre).
Para el narco y los recaudadores policiales, Oberlin es un
obstáculo. Con el cura fuera de juego, estas bandas vuelven a copar la plaza
para repartir dividendos con sus socios uniformados y el poder político de
turno. Por eso no es casual que una de las voceras del gatillo fácil sea una de
las integrantes del clan Jatib.
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